viernes, 5 de septiembre de 2008

La Cristiada.

LA CRISTIADA.
1926 – 1929

Después de pasar por un periodo revolucionario (1910 – 1919), el gobierno emanado de esa triste revolución, queda en todos sentidos, dolido, molido, pobre, sin recursos, con una gran mortandad de mexicanos, con las ideas revueltas, en donde la lucha sigue… y sigue… y no sabemos hasta cuando parará… (Porque no ha parado… ) la población mexicana se encuentra en mayores dificultades que las descritas del gobierno… examina la situación, encontrando que de toda esta pobre descripción, los únicos que no han resentido los cambios que el movimiento trajo… son una clase de personas, muy respetables… El Clero, ellos tienen una vida muy exquisita, comida bastante y muy selecta, buena ropa, calzado y demás… son los poseedores de diezmos y primicias; en fin, han conservado una cantidad de recursos en demasía… razón por la cual el gobierno se acerca a solicitar que esos recursos se pongan a trabajar… el clero se opone… y viene la lucha que sigue… (veamos)

El clero “amenazado” – contesta desde todos sus ámbitos – “pulpito”, principalmente, incita, arma, hace brotar la llama de la rebelión en defensa de sus “intereses” – principalmente económicos, y como palomitas de maíz, surgen en varios estados – principalmente Jalisco y Guanajuato – grupos armados en defensa de la religión cristiana, les siguen Durango, Colima, Michoacán.

Entre los años de 1926 y 1929, la iglesia contra un gobierno anticlerical y seudo comunista, pero veamos a continuación las causas que lo originaron:

La causa principal fue la insistencia del estado mexicano en hacer cumplir lo dispuesto en los Artículos 3°, 5°, 24° y 130° Constitucionales; otros enfoques hacen hincapié en los efectos de la “Acción Social” católica y la reorganización administrativa de la iglesia, también en la problemática agraria y la crisis derivada de la Revolución iniciada en 1910. Así las causas fueron no solamente religiosas, sino también políticas y socioeconómicas.

A finales del siglo XIX, la iglesia inspirada por la Encíclica Papal Rerum Novarum indujo al clero a modificar, tanto su discurso, como su acción con el de involucrarse en el proceso social y no quedarse al margen.

En la segunda década del siglo XX comienzan a surgir organizaciones sociales católicas: Asociaciones Católicas de la Juventud Mexicana (ACJM), Unión de Damas Católicas (UDC) y Caballeros de Colón (C.C.). Los líderes de estas asociaciones y el clero también participaron en la formación de organizaciones obrero-católicas, buscando alejarlos de la influencia comunista.

De 1910 a 1926, la Arquidiócesis de Guadalajara emprendió un programa de reorganización administrativa, convirtiendo las vicarías en parroquias, esto contribuiría a que la población sufriera un cambio social. En primer lugar, porque se exhortaba a los fieles a organizarse y a movilizarse para realizar el trámite. En segundo lugar, hacía más fuertes los lazos entre las personas de la localidad además que desarrollaban una capacidad de autogestión para defender sus intereses.

Durante la década de los veinte, el problema de la tenencia de la tierra continuaba vigente. Con los escasos repartos que se hicieron, la situación no mejoró, pues las tierras que se entregaron eran poco fértiles y los campesinos no tenían los recursos para hacerlas producir.

En la región de Los Altos, los moradores se quejaban de que el gobierno repartía tierras que ya se estaban fraccionando entre ellos por herencia o por derecho natural. Además estaban en desacuerdo con el reparto agrario en ejidos: los alteños pugnaban por la pequeña propiedad.

La participación de los campesinos en el movimiento cristero fue con la esperanza de ser gratificados con una porción de la tierra.

Los conflictos entre la iglesia y el estado se iniciaron con la aplicación de la Constitución de 1917. De 1924 a 1926 las hostilidades adquirieron un tono grave.

Las medidas anticlericales de Plutarco Elías Calles y José Guadalupe Zuno lentamente fueron limitando el poder y la participación de la iglesia en la situación sociopolítica con una ley para el establecimiento de sindicatos y sociedades mutualistas, impidiéndole a la iglesia participar en el proceso de organización de la clase obrera.

En 1924 Zuno clausuró los seminarios de Guadalajara argumentando el mal estado de las instalaciones sanitarias.

En respuesta, en 1925, Anacleto Flores, Presidente de la Confederación Nacional Católica de Trabajadores, formó un comité de defensa religiosa y publicó un manifiesto, en el que exponía que la nueva persecución religiosa sería vencida si se actuaba con energía para que se derogaran los Art. 3°, 5°, 24° y 130° Constitucionales, que limitaban las acciones de la iglesia, en lo cívico, además, restringían el número de sacerdotes, los derechos de éstos y sus atribuciones.

En 1926, la hostilidad llegó a su punto más álgido cuando Plutarco Elías Calles pretendía establecer una iglesia de estado lo cual provocó desagrado en el Episcopado Mexicano. Ante las medidas anticlericales los clérigos protestaron desde el púlpito y ante el Poder Legislativo.

Los seglares, agrupados en organizaciones civiles, utilizaron la propaganda para enrolar a todos los católicos y actuar en conjunto contra el gobierno para derrocar al gobierno de Calles.

De tal manera que la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, organizó y encabezó una rebelión armada, que contó con el apoyo del Arzobispo de Guadalajara, además de otros obispos del país.

Después de los primeros brotes cristeros, hubo enfrentamientos sangrientos entre autoridades locales y fieles católicos. Sin coordinación, grupos provistos de armas se reunían en todos lados. Los cristeros peleaban en terrenos muy conocidos por ellos. La lucha cristera declinó a mediados de 1927, a causa de la muerte de varios de sus jefes, la escasez de armas y alimentos, la falta de apoyo económico y la ausencia de militares de carrera que movilizaran grupos de más de 200 hombres; además no contaban con un dirigente capaz de guiar el movimiento.

No fue sino hasta 1928 cuando la cristiada contó con un General en Jefe, Enrique Gorostieta, Jr, militar de carrera que había servido en el ejército federal durante el huertismo, lo que le valió (como a su padre) el destierro a los E. U. y a Cuba. De vuelta al país, se integró con su mando de tropas en los Altos de Jalisco. Su destacada participación le hizo merecedor de la jefatura militar cuando ésta carecía prácticamente de cabezas, pues muchos de los principales generales cristeros habían muerto en combate. Gorostieta llegó a dominar las zonas de Jalisco, Colima y Nayarit, restó fuerzas a la rebelión. Por otra parte, fue indiscutible el talento militar del Secretario de Guerra del Gobierno, Gral. Joaquín Amaro.

En junio de 1928 el Arzobispo Orozco y Jiménez le escribió al Papa manifestándole su decisión de continuar la lucha para derrotar al Gobierno de Calles. En tal sentido, Gorostieta hizo pública, en octubre de 1928, su intención de tomar las riendas del gobierno. Después del asesinato de Álvaro Obregón, las fuerzas gubernamentales se robustecieron para acabar con los sublevados.

Las esperanzas de que los cristeros ganaran el conflicto se fueron desvaneciendo conforme transcurría el año de 1929. En gran medida contribuyó a ello la muerte de Gorostieta, ocurrida ese mismo año, en la hacienda del Valle, cerca de Atotonilco, donde fue atacado por el regimiento de caballería que dirigía Saturnino Cedillo.

Los templos se abrieron al culto el 29 de junio de 1929, en medio de un gran desaliento entre los cristeros, quienes pensaban que la jerarquía eclesiástica los había traicionado al no tomarlos en cuenta en los arreglos.

Así terminó la cristiada, un acontecimiento violento que estuvo colmado de vejaciones y crueldades por parte de ambos bandos.

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