martes, 18 de diciembre de 2012

SER...


           


 EL “SER”… ¿Humano?... ¿Androide?... ¿Robot?... ¿Cómo los demás?... Humm… (¿?)

El individuo está, sin embargo, siempre en peligro de ser sumergido en el mundo de los objetos, en la rutina diaria, y en el convencional y superficial comportamiento de la multitud. El sentimiento de temor (Angst) lleva al individuo a una confrontación con la muerte y el último sin sentido de la vida, pero sólo por este enfrentamiento puede adquirirse un auténtico sentido del ser y de la libertad.
Desde 1930, Heidegger volvió, en trabajos como Introducción a la metafísica (1953), a la particular interpretación de las concepciones occidentales del ser. Sentía que, en contraste con la reverente concepción del ser dominante en la Grecia clásica, la sociedad tecnológica contemporánea había favorecido una actitud elemental y manipuladora que había privado de sentido al ser y a la vida humana, un estado que llamaba nihilismo. La humanidad ha olvidado su verdadera vocación, que es recuperar la más profunda comprensión de la existencia lograda por los primeros griegos y perdida por filósofos posteriores.
INFLUENCIA
El original tratamiento de Heidegger de temas como la finitud humana, la muerte, la nada y la autenticidad tuvo una influencia crucial sobre el filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre. Heidegger, sin embargo, repudió con el tiempo la interpretación existencialista de su trabajo, en beneficio de una dimensión más vital y poética, ya apreciada en otro tiempo por los pensadores españoles Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Desde la década de 1960 su influencia se ha extendido más allá de la Europa continental y ha tenido un impacto creciente en la filosofía de los países de habla inglesa.

Fragmento de La fenomenología del espíritu de Hegel.
De Martin Heidegger.
Consideración preliminar.
La «Fenomenología del Espíritu» quiere ser comprendida por nosotros, esto es, estar en nosotros de una manera realmente efectiva en tanto ciencia, tomando tal palabra con la significación de la ciencia que es el sistema mismo como saber absoluto. Este debe llegar a mismo. Por eso el final de la obra lo configura esa breve sección DD, cuyo encabezamiento es: «El saber absoluto». Si sólo al final el saber absoluto es de una manera total él mismo, saber que sabe, y si es esto al devenir tal, en tanto llega a sí mismo, pero sólo llega a sí mismo en tanto el saber se deviene otro, entonces en el inicio de su andadura hacia sí mismo todavía no debe estar en y consigo mismo. Todavía debe ser otro y, es más, incluso sin todavía haber devenido otro. El saber absoluto debe ser otro al inicio de la experiencia que la conciencia hace consigo, experiencia que, más aún, no es otra que el movimiento, la historia donde acontece el llegar-a-sí-mismo en el devenir-se-otro.
Al inicio de su historia, el saber absoluto debe ser otro que al final. Ciertamente, pero esa alteridad no quiere decir que en el inicio el saber en modo alguno todavía no fuese saber absoluto. Bien al contrario, justamente en el inicio ya es saber absoluto, pero saber absoluto que todavía no ha llegado a sí mismo, que todavía no ha devenido otro, sino que sólo es lo otro. Lo otro: él, el absoluto, es otro, es decir, es no absoluto, es relativo. El no-absoluto no es todavía absoluto. Pero este todavía-no es el todavía-no del absoluto, es decir, lo no-absoluto no es de alguna manera y a pesar de ello sino precisamente porque es absoluto, porque es no-absoluto: este no, en razón del cual lo absoluto puede ser relativo, pertenece al absoluto mismo, no es diferente de él, es decir, no yace a su lado, extinto y muerto. La palabra «no» en «no-absoluto» en modo alguno expresa algo que siendo presente para sí yaciese al lado del absoluto, sino que el no alude a un modo del absoluto.
Así pues, si en su fenomenología el saber debe hacer consigo la experiencia en la que experimenta lo que no es y lo que justamente en ello es con él, entonces ello sólo puede ser así si el saber mismo que hace (cumple) la experiencia, de alguna manera ya es saber absoluto.
En esto radica algo decisivo para la posible claridad y seguridad en la posterior comprensión de la obra. Dicho de una manera negativa: de antemano nada comprendemos si ya desde el inicio no sabemos en el modo del saber absoluto. Ya desde el inicio debemos haber renunciado no sólo en parte sino completamente a la actitud del sentido común y a todos los denominados criterios naturales, justamente para poder darnos cuenta y volver a cumplir cómo el saber relativo se rinde, llegando de verdad a sí mismo como saber absoluto. Nosotros –y es algo que se desprende de lo hasta aquí dicho– siempre tenemos que estar de antemano un paso más allá de lo que en cada ocasión es expuesto y cómo ello es expuesto, en particular respecto al paso que de momento debe ser dado por la exposición de lo expuesto. Pero para Hegel esta anticipación es posible porque se trata de una anticipación en la dirección del saber absoluto, el cual justamente ya desde el inicio es de una manera propiamente dicha el saber sapiente que cumple la Fenomenología.
Fuente: Heidegger, Martin. La fenomenología del espíritu de Hegel. Edición de Ingtraud Görland. Traducción, introducción y notas: Manuel E. Vázquez y Klaus Wrehde. Madrid; Alianza Editorial, 1992.
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¿Qué es Ser Auténtico? – Ser auténtico significa tener el valor de Ser el que cada uno realmente Es, en forma íntegra y sincera, sin tener en cuenta modelos externos, modas, tradiciones o creencias y aceptando todas las limitaciones y cualidades que cada uno posee.

¿Qué se necesita para ser auténtico? – Para ser auténtico se requiere conocerse bien a uno mismo y estar atento para no desviarse del camino de la sinceridad. Parece fácil, pero es muy difícil actuar con integridad en un mundo donde la mayoría intenta parecerse a los demás y llegar hasta el extremo de arriesgar la vida para tener el físico ideal que todos desean, lee el mismo libro, ve la misma película y no se atreve a incursionar en su interioridad para saber qué es lo que realmente desea como ser único y distinto. Muchos viven tratando de complacer a los demás y postergan sus necesidades, mientras tanto, van acumulando resentimiento. Es importante revisar nuestras motivaciones porque podemos no darnos cuenta que todo lo que hacemos son mandatos internos que provienen de ideas de otros. Ninguna persona se puede definir en vida, porque sólo cuando esté muerta y no pueda cambiar, en su lápida se podrá escribir lo que haya sido. Por eso, es importante no dejarse definir por otros de acuerdo a la imagen que tengan de nosotros, no tener necesidad de depender de nadie ni sentirnos culpables por no cumplir los proyectos que no son nuestros.
Para ser auténticos debemos dejar las máscaras que tanto daño nos hacen y que acaban por destruirnos.

¿Cómo sabemos si somos auténticos o no? – No estamos siendo auténticos cuando nos sentimos angustiados, frustrados y con alto nivel de estrés, porque estamos compitiendo, queremos ser perfectos, queremos estar a la par o ser mejores que otros que son diferentes, que tienen otra vida, otros proyectos y otras condiciones de existencia.
Solamente podemos competir con nosotros mismos, entre lo que somos y podríamos llegar a ser si lo intentamos. La necesidad de imitar a los demás consume nuestra energía y nos aleja de nuestras propias metas, dejándonos vacíos por dentro. La presión externa influye a todos, incluso a aquellos que se empeñan en ser auténticos con ellos mismos, ser rico, joven y exitoso son tres cualidades que están presentes como objetivos colectivos, junto a la idea de que pueden hacernos felices, sin embargo, pueden ser motivos para caer en adicciones o para dedicarse a negocios sucios o prácticas que luego nos llenan de culpa y vergüenza.

¿Qué hacer entonces para ser auténticos? – Evitar la mentira y la personalidad múltiple. Ser el mismo siempre, independientemente de las circunstancias. – Cooperación y comprensión para evitar el deseo de dominio sobre los demás, respetando sus derechos y opiniones. – Ser fieles a las promesas que hemos hecho, de esta manera somos fieles con nosotros mismos. – Cumplir responsable mente con las obligaciones que hemos adquirido. – Hacer a un lado simpatías e intereses propios, para poder juzgar y obrar justamente. – Esforzarnos por vivir las leyes, normas y costumbres de nuestra sociedad. Y de nuestra naturaleza humana. – No tener miedo a que “me vean como soy”. De cualquier manera, mientras no hagamos algo para cambiar, no podemos ser otra cosa.
La autenticidad da la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.

Conclusión: 
Lo importante es conservar el buen humor y hacer lo que nos gusta con alegría, conservar los afectos, darle importancia a lo verdadero y no correr atrás de quimeras pasajeras. Tenemos que aprender a estar con nosotros mismos sin aburrirnos, empezar a querernos y admirarnos por todo lo que somos y ser piadosos con nuestros defectos y nuestros errores. Estar solos nos permite conocernos mejor y valorarnos como personas no como cosas.
Cuando aceptamos nuestras limitaciones las podemos trascender, porque disimularlas o adoptar poses de otro de nada nos sirve. El cuerpo traduce en enfermedades toda ausencia de deseo o todo deseo auténtico no cumplido, y lo importante no es lo que no tenemos sino qué hacemos con lo que sí tenemos.
Tenemos que practicar el testimonio de la autenticidad pues “Quien no vive como piensa, termina pensando como vive”.
Ensayo de alguna noche de insomnio decembrino de éste por fallecer 2012, dedicado a todo “Mi pequeño mundo”…
Por
Adolfo Zúñiga García.

martes, 4 de diciembre de 2012

NAVIDAD 2012


A todo mi pequeño mundo...
Le deseo de corazón, tanta suerte como gotas tiene la lluvia, tanto amor como rayos tiene el Sol y Tanta felicidad como Estrellas tiene el cielo, que tu vida de lucha incansable resulte a la postre en un verdadero triunfar, que tu amor - por tus amores, sea extensivo a todos quienes te rodeen, tus ilusiones sean convertidas en realidades dignas de ser creadas y recreadas en engrandecimiento de tu vida interior.
Si no sabes que regalar esta navidad a tus seres queridos, regalales tu amor... tal vez el mejor adorno esta navidad sea una gran sonrisa, en fin que la lluvia de la paz, la esperanza, la felicidad y el amor, te tome con el paraguas roto y salpique a todos los que estamos en el entorno. Para los buenos momentos... Gratitud. Para los malos... mucha Esperanza... Para cada día una Ilusión... y siempre Felicidad.
Que nunca te falte un sueño por el que luchar, Un proyecto que realizar, algo que aprender, un lugar a donde ir, y alguien a quien querer, todo lo anterior envuelto en una cajita repleta de Salud para disfrutar y repartir por doquier. Un fuerte abrazo a todos...
ADOLFO,

jueves, 8 de noviembre de 2012

CARTA DE HERNÁN


CARTAS CONTRA LA AUTORIDAD

Esther Charabati

 

Querido maestro

 

Como ves, aun te conservo en mi memoria con cierto afecto. Han pasado ya muchos años desde que me diste mi boleta por última vez. Dejaste de existir para mí durante mucho tiempo, apenas hace unos días me di cuenta de que sobrevivías en algún lugar donde yo he arrumbado todo aquello que no quiero tener presente.

 

Ahí estabas tú. Acabo de encontrarte mientras hacía limpieza, intentando dar un lugar en mi vida a aquello recuerdos. Ahí estabas tú. Y hoy estás aquí, entre la hoja blanca y yo. No sé nada de ti, ni siquiera sé si existes ni que has hecho con tu vida. Pero tengo que hablar contigo.

 

Te parecerá extraño que yo un alumno tan gris, tan poco capaz, cuya voz escuchaste en contadas ocasiones, hoy se dirija a ti en un tono tan alto. Es necesario. No habrá concierto, sólo un ajuste de cuentas.

 

Soy Hernán, seguramente me olvidaste hace muchos años. Un maestro no puede recordar los nombres de todos sus alumnos, y menos los de aquellos que nunca destacaron en nada. Esta carta parece un reproche, tal vez lo sea, lo sabremos cuando termine. En todo caso es bueno que sepas que la escribo por un imperativo. No puedo eludirlo. Si no quieres seguir leyendo, no lo hagas; escribo para mí.

 

Estoy en un momento difícil de mi carrera. Estudié Derecho y me han ofrecido una plaza en la Universidad. Cuando escuché la propuesta pedí que me dieran unos días para pensarlo, y mientras lo hago, apareces tú en mi memoria.

 

¿Por qué juegas un papel importante en mi decisión? ¿Por qué reapareces en este momento? Nadie te ha llamado, y sin embargo estás tan cerca que aún puedo escuchar tu voz empapada de ironía diciendo: ¿Así que Hernán no ha hecho de nuevo su tarea? No te preocupes Hernán, todos sabemos que eso no es para los genios como tú que todo lo entienden sin necesidad de estudiar. ¡Que hagan la tarea los bobos, los incapaces, no los que pueden salir indemnes de una tormenta de ceros! ¡Sigue así, vas a llegar muy lejos! Aun resuenan en mis oídos las carcajadas de mis compañeros. Tal vez tú nunca te diste cuenta, pero nos estabas enseñando una de las peores vetas de la crueldad: el burlarse de los demás (…).

 

Difícilmente podrás medir el alcance de tu error. Los niños somos propensos a burlarnos de los demás, de la misma manera que acostumbramos mostrar nuestro enojo golpeando. Y se nos prohíbe golpear con el argumento de que somos gente civilizada, mientras se nos alienta a utilizar la burla y la ironía para canalizar nuestra agresión.


Aprendimos muy rápido. Nos tomó mucho menos tiempo que memorizar los nombres de los héroes patrios. Incluso a ellos les pusimos apodos, al igual que a ti, para que resultara más difícil identificarlos. Tu sabes que yo nunca fui un alumno brillante, pero esa lección me quedó bien grabada: Cuando quieras que alguien se sienta mal, búrlate de él. Y tengo que reconocer, avergonzado, que la he aplicado a menudo.


No creas que eras el único, varios maestros – cuyos nombres por suerte no recuerdo – te apoyaron en esta empresa: el maestro de educación física gozaba durante los partidos de volley ball gritándole a Paco ¡Tienes dedos de mantequilla, no puedes ni golpear una pelota! Eso fue suficiente para que Paco se convirtiera en “El Dedos”


Bromas inocentes, por supuesto, sería ridículo buscar maldad en ellas, pero también sería absurdo negar el peso que tuvieron en nuestra educación.


No todo fue negativo, por supuesto. Y hay que tener presente que eras joven y no tenías mucha experiencia en la docencia. Pero estos días me he venido preguntando si la juventud o la inexperiencia justifican estas actitudes. No he dado una respuesta definitiva, pero me inclino a creer que más que una falla del maestro era un vicio del hombre.


Claro, los maestros también son hombres, estoy consciente de ello, pero tal vez no sean los más adecuados para confiarles la educación de los niños.


Las  carcajadas  resuenan en mis oídos. Entre otras cosas, porque eran frecuentes. La aritmética me costaba mucho trabajo y los problemas tan simples que nos planteabas eran para mí acertijos que había que adivinar. Y generalmente fallaba. Debes reconocer que tus problemas tampoco eran muy adecuados: “En el cumpleaños de Pepe había cuatro invitados, su mamá partió el pastel en octavos. ¿Cuántos octavos le tocó a cada uno? ¿Cuántos octavos sobraron?


Este problema me suscitaba las siguientes preguntas: ¿Cómo se partirá un pastel e octavos? – Cuando yo iba a un cumpleaños nadie mencionaba las fracciones para repartir el pastel. Se cortaba en rebanadas y ya. Por otra parte yo no sabía si Pepe y su mamá también habían comido pastel o no, y no me explicaba por qué tendría que sobrar, generalmente se lo comen los que acaban primero.


Como ves, tu problema no era nada sencillo, además de estar mal planteado. Y cuando tú leías mi respuesta les tocaron una o dos rebanadas y no sobró ninguna, brillaba en tus ojos una chispa que me aterraba y decías pues si ellos comieron una o dos rebanadas y eso te parece adecuado, también te dará igual si yo te pongo un cinco o diez; y he decidido añadir otro hermoso cinco a tu colección.


Yo nunca podía distinguir claramente lo que decías. En el momento en que percibía la ironía de tus palabras apretaba mis manos contra mi cuerpo y cerraba los puños para protegerme. El pánico me invadía y me pintaba el rostro de rojo. De ahí proviene el apodo que me pusieron.


Tú puedes alegar que ésa no era tu intención. Estoy dispuesto a creerte si me dices cuál era tu verdadera intención, pues no logro identificarla. Seguramente no eres tan tonto para creer que yo aprendería de esa manera, ni que yo reaccionaría a tus burlas intentando demostrarte de lo que era capaz. En todo caso, si esa era tu tesis, tuviste tiempo de comprobar que no era correcta. Si al entrar a sexto año yo era un mal alumno como acostumbran etiquetarnos, al salir de la primaria, además de tener las más bajas calificaciones, estaba convencido de que era un imbécil de nacimiento y de que todos mis esfuerzos por mejorar eran infructuosos. Mi meta de ahí en adelante sería el seis. Seis significaba que seguía teniendo un lugar dentro de la sociedad, que no me señalarían como a los leprosos y a los reprobados. Tenía que poner todo mi empeño por mantenerme en el seis.


Tal vez son injusto. El que yo estuviera convencido de mi mediocridad no te lo debía exclusivamente a ti. Los maestros anteriores también contribuyeron de manera eficaz. No podría determinar con exactitud cuándo surgió este sentimiento, ni tampoco podría decir hasta cuando sufriré las consecuencias. Ya ves, hoy me ofrecen una plaza de maestro y me pregunto si seré capaz de ejercer esa profesión. Escucho tu risa que aún me causa temor y pienso que, sobre todas las cosas, no quiero ser como tú, ni quiero causar tanto daño.


Soy duro. Tal vez lo aprendí de ti. Eras perfecto. Todo la sabías, o más bien eso aparentabas. No aceptabas ninguna falla. Teníamos que saber la lección de memoria. Los cuadernos debían estar siempre limpios. Las respuestas en clase debían pronunciarse en voz alta y ser precisas. No estaba permitido olvidar la regla o la pluma roja, y una regla rota o un compás sin punta siempre suscitaba el mismo comentario: Los malos obreros siempre tienen malas herramientas.


Tú cumplías con estos requisitos, lo que te confería autoridad y poder. Y los ejerciste como un tirano. Era fácil juzgar a los demás desde tu Olimpo, Sobre todo porque a ti nadie te juzgaba. Hoy usurpo esa función y creo ejercerla con gran generosidad.


Me despido de ti aclarándote que éste no es el final. El juicio apenas empieza.


HERNÁN.