jueves, 11 de septiembre de 2008

El origen del mundo.

Cómo evolucionó el hombre y pobló el globo en la Prehistoria.

El hombre ha vivido en la Tierra durante unos dos millones de años, apenas el tiempo de un parpadeo comparado con la historia total del planeta, que se extiende durante un lapso de 4,700 millones de años. Si suponemos que la edad de la tierra, desde su origen hasta el momento presente, equivale a un día, la aparición del hombre se habría producido menos de un minuto antes de que terminara ese día. Sin embargo, el inmenso abismo de tiempo anterior a la aparición del hombre constituye también una parte de la herencia de éste.
Solamente durante los últimos 5,000 años ha dejado el hombre constancia escrita de sus hechos. Aparte de esta pequeña fracción de su existencia total, el único conocimiento que tenemos de su aspecto y manera de vivir se basa en los escasos indicios que nos han llegado: huesos y dientes fósiles, herramientas de piedra, puntas de flecha de pedernal, trozos de vasijas de barro, gravados en las rocas y pinturas en las cavernas.
El trabajo de desenterrar e interpretar las huellas del hombre primitivo representa largos y penosos estudios de arqueólogos y otros expertos. El cuadro que ofrecen sus hallazgos, aunque con frecuencia incompleto, suministra pruebas suficientes del complejo proceso evolutivo que desembocó en la aparición de nuestra especie, el Homo Sapiens, que hoy día puebla el globo.
Nuestros antepasados más antiguos vivían de plantas alimenticias y de la caza, y sólo disponían de instrumentos de piedra para matar sus presas y preparar su sustento. Poco a poco, sin embargo, fueron reduciendo su dependencia de las fuerzas de la naturaleza gracias al pastoreo y al cultivo del suelo. El hombre dio otro gran paso hacia delante cuando aprendió a usar los metales y, con la introducción de esta nueva tecnología, el camino quedó preparado para las realizaciones de la civilización, tal como hoy la conocemos.

Orígenes del mundo.

Mucho antes de que surgieran los primeros antepasados del hombre la tierra que iba a heredar atravesó innumerables fases de desarrollo. Se formó 4,700 millones de años antes, al enfriarse una nube de gases incandescentes, convirtiéndose en un planeta con corteza sólida. Lluvias torrenciales que duraron 60,000 años formaron los océanos, y diversos periodos de gigantesca actividad volcánica modelaron una y otra vez las cordilleras. Transcurrieron millones de años antes de que la vida terrestre surgiera reptando del mar; pasaron otros millones de años hasta que empezó la gran era de los mamíferos de los cuales con el tiempo surgiría el hombre.
Un “caldo” de substancias químicas hizo habitable al planeta.
A mediados del siglo XVII James Ussher, arzobispo de Armagh, en Irlanda, declaró que Dios había creado la tierra en el año 4004 a. de c., asegurando que en la Biblia, se encontraban pruebas de ello. El doctor John Lightfood, vicerrector de la Universidad de Cambridge, añadió un interesante comentario a la teoría del arzobispo. “El hombre fue creado – dijo – el 23 de octubre del año 4004 a. de c., a las nueve de la mañana”.
Las ideas acerca de la creación constituyen una parte importante de la herencia cultural del mundo. El relato bíblico de un Dios que creó los cielos y la tierra en seis días y el séptimo descansó es una de las más arraigadas creencias con que el hombre, en distintas épocas y en diferentes partes del mundo, ha tratado de desentrañar el misterio del origen del planeta.
Ni siquiera los conocimientos científicos de los tiempos modernos han producido unanimidad de criterio acerca del origen exacto de la tierra y del sistema solar. Sin embargo se cree generalmente en la actualidad que el sistema solar empezó siendo una difusa masa de gases y polvo que giraba y se concentraba lentamente por la fuerza de la gravedad. El calor generado por este proceso produjo un pequeño sol que brillaba débilmente en el centro. De este sol se desprendió un disco plano de gases que giraba a su alrededor. En el interior de este disco se concentró el gas formando los planetas, mientras el sol se contraía y calentaba progresivamente. Cerca del Sol, los elementos más pesados se condensaron formando los planetas interiores, como la Tierra; más afuera, los átomos ligeros se condensaron a su vez, dando origen a los planetas exteriores.

Sesenta mil años de lluvia.
Lo más probable es que la Tierra empezara su carrera en forma de una masa de gases a una temperatura de 4.000 grados centígrados., casi igual a la del Sol. Hace unos 4.700 millones de años, se enfrió lo suficiente para que los gases se transformasen en líquidos y entonces, a 1.500 grados centígrados aparecieron por primera vez partículas sólidas de corteza, que flotaban sobre la Tierra en fusión. A 700 grados centígrados, la corteza tenía un espesor de unos 9 kilómetros y el enfriamiento se hizo más pausado. En torno a la tierra flotaba un denso velo de nubes formadas por partículas líquidas, debidas a la condensación de los gases.
Al descender la temperatura empezaron a caer gotas de lluvia. La llovizna no tardó en convertirse en un persistente aguacero que durante 60,000 años colmó los océanos y erosionó las tierras. Debido al agua, la temperatura del planeta descendió gradualmente hasta aproximarse a los veintitantos grados centígrados actuales. Finalmente hace unos 3.000 millones de años, cesaron las lluvias. Pero la tierra, en aquel lejano periodo, todavía no era un lugar habitable. La atmósfera constituida por dióxido de carbono, vapor de agua, metano y amoniaco, no protegía contra los rayos ultravioleta procedentes del Sol. La corteza todavía se curvaba y se plegaba cuando la lava volcánica surgía del interior. No existían plantas que adornasen las rocas desnudas, y los océanos eran simples extensiones de agua salada que ocupaban las depresiones de la tierra.
Sin embargo, estas circunstancias, al parecer poco propicias, contenían el germen de la vida. Cuando las radiaciones y las descargas eléctricas actúan sobre un medio semejante a la primitiva atmósfera terrestre, puede producirse una asombrosa serie de combinaciones químicas. De este modo se sintetizaron aminoácidos, ácido fórmico y urea que durante millones de años se disolvieron y acumularon en el mar, donde formaron un “caldo” de substancias químicas, sumamente complejo, que contenían todo lo necesario para la vida.


El comienzo de la vida
En este caldo de cultivo se combinaron casualmente las substancias químicas, incluidos los primeros ácidos nucleicos y proteínas, hasta formar moléculas complejas capaces de reproducirse. El verdadero comienzo de la vida se produjo cuando grandes cantidades de estas moléculas y otras más simples se combinaron formando diversas estructuras, dentro de una sola unidad capaz de reproducirse: la célula viva. Aquellas primeras células vivas. Como todas las células, estaban protegidas por una membrana a modo de piel. Durante otros 500 millones de años, aquellas células autónomas se dividieron en dos tipos, algas y bacterias, que constituyen respectivamente el origen de las plantas y animales, es decir, de todos los vivientes sobre la tierra.
Cuando las células alcanzaron cierto grado de complejidad, las radiaciones ultravioleta del sol dejaron de ser perjudiciales para la vida. Antes de que la evolución prosiguiese, la atmósfera se transformó por la liberación de oxigeno y la formación de ozono, que impide la filtración de la mayor parte de las radiaciones perniciosas del sol.
Los primeros productores de oxigeno fueron ciertas algas que contenían clorofila, molécula compleja que, por medio de un proceso conocido con el nombre de fotosíntesis, utiliza la luz solar como fuente de energía. La energía así producida convierte el agua y el dióxido de carbono de la atmósfera en azúcares que utilizan las plantas para su crecimiento, y en oxigeno que es devuelto al exterior. Casi todas las plantas obtienen la energía para su desarrollo por la fotosíntesis, a diferencia de los animales que se alimentan con otras formas de vida. Gradualmente el oxigeno empezó a inundar la atmósfera. En la parte más alta, el oxigeno normal se convirtió en ozono, creando una envoltura protectora bajo la cual se multiplicaron las formas de vida.
Las plantas arraigan en tierra.
Hace unos mil quinientos millones de años, los procesos descritos y otros semejantes empezaron a convertir la tierra en un planeta habitable, capaz de sustentar formas más complejas. Hace unos 1.200 millones de años existían organismos de más de una célula, y hace 450 millones de años, las primeras plantas marinas consiguieron arraigar en zonas secas. Unos 100 millones de años más tarde, los animales empezaron a invadir la tierra. La invasión fue dirigida por los anfibios, que empezaron siendo unos peces recubiertos de escamas y con aletas que utilizaban para arrastrarse de charco en charco. Desarrollaron pulmones para respirar y extremidades para arrastrarse; pero todavía necesitaban volver al agua para reproducirse.
A los anfibios siguieron, hace unos 325 millones de años, los primeros reptiles, mucho mejor dotados, tanto por su constitución como por su forma de reproducirse, que proliferaron en los continentes vírgenes, muy aptos para la vida. Además, como los huevos de los reptiles contienen reserva de agua, pueden ser depositados en tierra. En una gran explosión evolutiva se diferenciaron en diversas formas y llenaron los espacios que les fueron propicios. Al mismo tiempo surgieron los insectos: entre ellos las chinches y los escarabajos. El clima en aquel período, era cálido y seco: la mayor parte de la tierra constituía un semidesierto salpicado de oasis y pantanos, que obligo a los anfibios a volver a los mares y favoreció a los reptiles, entre ellos a los dinosaurios. El cielo hace 150 millones de años, era cruzado por pterodáctilos de aspecto correoso, cuyas alas tenían una envergadura que oscilaba entre unos centímetros y siete metros. Por la tierra vagaban los grandes dinosaurios: el brontosaurio, el estegosaurio y el tiranosaurio rex.
Eran estas las mayores y tal vez las más raras criaturas que jamás han existido. Se diría que aquellos colosos fueron dinastías malogradas, aunque deambularon sobre la tierra durante 100 millones de años, es decir, 50 veces más de lo que el hombre ha vivido hasta el presente.
Continentes en movimiento
Mientras acaecía todo esto, la tierra no se hallaba inactiva. Aunque el volumen total del agua de los mares no ha variado mucho, la extensión de los océanos se ha modificado con la sucesión de las épocas glaciales. Los continentes se han movido lentamente sobre el globo, como grandes barcos que flotasen en un jarabe, chocando a veces para producir nuevas cordilleras. Todavía se desplazan aunque con tal lentitud que los aparatos más sensibles apenas logran detectar su movimiento. Pero la geología es más paciente; un desplazamiento anual de media pulgada supone un movimiento de 130 kilómetros en 10 millones de años.
El fin de los dinosaurios
Hace unos 100 millones de años, los grandes reptiles ostentaban la primacía entre todos los vivientes del planeta. Sobrevivía aunque de manera precaria, otro grupo de animales llamados sinápsidos, unos reptiles de sangre fría con mandíbulas y cráneos de mamíferos que surgieron mucho antes que los dinosaurios, pero que aún no habían llegado a su completa evolución. Bruscamente, hace unos 70 millones de años, desaparecieron los dinosaurios; y los sinápsidos, que para entonces habían evolucionado hasta convertirse en los primitivos mamíferos, ocuparon el puesto de aquellos. Los reptiles sobrevivieron en pequeño número y dieron origen a los pájaros. Después de tan larga espera, los mamíferos estaban bien preparados para su importante etapa evolutiva. Eran más dúctiles que los reptiles y se adaptaron a casi todos los ambientes. Para responder a las condiciones más diversas desarrollaron un gran cerebro y dependían mucho tiempo de sus padres; las hembras de los mamíferos eran vivíparas y alimentaban a sus crías hasta que podían valerse por sí mismas.
Muchos de los mamíferos han dejado restos fósiles tan perfectos que permiten seguir su evolución con todo detalle. No así los primates que habitaban en los bosques: en este ambiente sus restos se cubrieron rara vez de sedimentos y dejaron por lo tanto escasos fósiles. Aparte del testimonio fragmentario de un mamífero de aspecto antropoide, llamado Ramapithecus que data de hace 14 millones de años, se abre un paréntesis en esta rama de la evolución hasta la aparición del Australopithecus hace unos 5 millones de años.
Tras las huellas de Darwin
Desde que Darwin escandalizó al mundo con su teoría de que los hombres y los monos tenían un antepasado común, los expertos han ido estudiando en lo posible los 70 millones de años que abarca la evolución del hombre. Primeramente, el grupo de mamíferos que se instaló en los bosques desarrolló miembros apropiados para trepar por los troncos de los árboles y balancearse de rama en rama. Sus extremidades delanteras se hicieron más flexibles que las garras y las zarpas de otros animales, permitiéndoles tomar frutos e insectos que constituían su alimento principal. Estos primates de los bosques se parecían más a las ardillas que a los hombres, y han llegado hasta nuestros tiempos representados por las musarañas, los tarsios y los lemures.
Otra evolución importante diferenció a estas criaturas de los bosques de los demás mamíferos. En tierra, los mamíferos sobrevivían valiéndose únicamente de la vista y del olfato; pero la vida en las copas de los árboles exigía mayor agilidad e inteligencia. En consecuencia, el cerebro de los primates de los bosques empezó a desarrollarse.
Hace unos 40 millones de años apareció una especie de primates que podían considerarse como los antepasados comunes de los grandes monos y los hombres de la teoría darwiniana. Un grupo de estos primates siguió habitando los bosques y de ellos descienden los diversos monos y chimpancés actuales. Pero otro grupo comenzó, hace unos 20 millones de años, a descender de los árboles – tal vez en la época en que los bosques disminuían y abundaban los alimentos a ras del suelo – y a vivir en campo abierto, más allá de las lindes de los bosques. A través de millones de años aquellas criaturas empezaron a caminar erectas; sus miembros posteriores se convirtieron en pies, mientras que los delanteros se transformaron en sensibles órganos táctiles, capaces de manipular objetos como palos y piedras en provecho propio.
África, probable cuna del hombre
Como las primeras huellas de criaturas antropoides, que se remontan a cinco millones de años, han sido encontradas en África, generalmente se admite que la raza humana tuvo su origen en este continente. Indudablemente, África ofrecía condiciones favorables para la evolución del hombre, por hallarse alejada de los grandes movimientos geológicos y glaciaciones que estremecían y moldeaban las masas terrestres septentrionales.
El hombre surgió antes de que empezara una gran época glacial, la primera de las acaecidas en los últimos 100 millones de años. A lo largo de la evolución del hombre, se sucedieron diversos períodos en que el hielo avanzó hacia el sur cubriendo la tierra, separados por otros en que el hielo retrocedió temporalmente. Las violentas fluctuaciones del clima modificaron profundamente la distribución de las especies vegetales y de los mamíferos, sobre todo en el hemisferio norte. Cuando el frío era más intenso, las flores alpinas, los renos y las zorras árticas se extendían por Europa. Pero cuando se fundían las capas de hielo, los hipopótamos nadaban en el Támesis y los leones llegaban hasta Yorkshire.
Algunos mamíferos se adaptaron convenientemente a las rigurosas condiciones climáticas, como el rinoceronte lanudo o el mamut, una especie de elefante cubierto de pelo. El hombre primitivo sobrevivió de manera diferente: no por medio de cambios biológicos, sino aprendiendo a usar el fuego para calentarse y alumbrarse, y a usar las pieles de los animales para vestirse. Aún así existieron períodos en que la supervivencia, al menos en las regiones septentrionales, se hizo difícil, y se produjeron migraciones a zonas más templadas. Finalmente, hace unos 10,000 años las capas glaciales se retiraron por última vez. Por entonces vivía el Homo sapiens, un ser humano mucho más perfecto, que disfrutó de aquellas favorables condiciones. La larga cuenta atrás hacia el hombre había concluido.
Un antepasado común. Hace 40 millones de años los primates, uno de los muchos grupos de mamíferos que surgieron por primera vez en la época de los dinosaurios, estaban divididos en numerosas ramas. Se cree que una de ellas fue la de un primate bosquimano que andaba a cuatro patas, y podría constituir el antepasado común de los actuales grandes monos.
.El Ramapiteco. Hace 14 millones de años apareció un primate más evolucionado. Sus restos hallados en las colinas de Siwalik en la India, pertenecen probablemente al ser más antiguo entre los conocidos como predecesores directos del hombre. En África se han encontrado vestigios de otra criatura semejante. El Ramapiteco se mantenía en posición vertical.
Con un cerebro más desarrollado y unos miembros delanteros más perfeccionados. El Ramapiteco podía servirse de estacas y piedras para cometidos simples, tales como el de atemorizar a sus atacantes.
.El Australopiteco. Este gran mono antropoide vivió en África oriental y meridional hace unos cinco millones de años. Su cerebro no era mayor que el de los simios actuales, pero caminaba erguido y probablemente utilizaba herramientas. Estas primitivas herramientas eran instrumentos rudimentarios: huesos de los animales que comían o guijarros afilados.
.El hombre 1470. Hace unos dos millones de años, el hombre 1470 coincidente algún tiempo con el Australopiteco, surgió en África oriental. Deambulaba erguido y poseía un cerebro más evolucionado que cualquiera de los otros grandes monos. Fue probablemente quien realizó las primeras herramientas humanas – golpeando una lasca para afilarla.
.Homo erectus. El más antiguo representante del género Homo, generalmente aceptado, se extendía por Asia, África y Europa. Utilizaba el fuego y cazaba animales de gran tamaño. En África el Homo erectus fabricó sencillas hachas de mano; pero esta habilidad no llego al sudeste de Asia, donde se realizaban instrumentos muy primitivos.
.Homo sapiens. En Swanscombe (Inglaterra) y en Steinheim (Alemania) se han encontrado fósiles que sugieren que la especie humana se remonta a una antigüedad de unos 250,000 años; sus cráneos se parecen mucho a los nuestros. Las hachas de mano de ese período, ejecutadas en Europa, África y Asia oriental, resultan más perfectas y eficaces.
El hombre de Neandertal. Cuando los glaciares avanzaban hacia el sur por última vez, Europa era el asiento de los hombres de Neandertal, variante del Homo sapiens que no ha sobrevivido. El hombre de Neandertal fabricó raederas de pedernal y puntas de flecha, utilizando lascas.
El hombre moderno. El Homo sapiens, nuestra propia subespecie, se desarrolló probablemente fuera de Europa; pero en Francia han aparecido restos suyos muy antiguos que datan de hace 35,000 años, sus utensilios eran un arpón de cuerno y una raedera de pedernal, una punta de proyectil y una lesna de doble punta.

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