jueves, 4 de septiembre de 2008

El abuelo - Cenovio García Fajardo.




Cenobio García Fajardo, hombre del siglo antepasado, habitante del poblado – casi rancho – Tepec, Jalisco – Campesino, sembrador de trigo, cebada, garbanza, alfalfa, al servicio del hacendado del lugar, quien en sus tiempos mozos participó en el movimiento revolucionario – andaba en la bola – decía con un dejo de tristeza, por ese tipo de experiencias vividas, donde nadie sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando, todos con sus sueños truncados, con el pecho cruzado por cartucheras, el 30 – 30 embrazado – los que traían – que eran los menos – la mayoría, armados con utensilios de labranza, palos, hondas y piedras y el espíritu de sobre vivencia colgado de un hilo muy delgado la mayor parte del tiempo aquél, dejando a los amigos en cualquier lugar, cuando ya no podían continuar por estar exánimes o muertos por las balas enemigas.
La vida había pasado en aparente tranquilidad, hasta el momento ese, en que el capataz de la Hacienda no le autorizó su pretensión de formalizar relaciones con la amada Francisca – “Pancha” – debido a que se encontraba al servicio de la “Casa Grande”, y el patrón no permitía que los mozos se metieran en ese terreno, el cual estaba vedado a este tipo de pretensiones.
Ante la insistencia de Cenobio, el capataz ordenó el castigo para el impertinente mozo – 60 azotes – los cuales fueron religiosamente contados por los encargados de propinar el castigo, uno a uno fueron cayendo sobre la espalda desnuda de Cenobio, ante las risas y burlas de los asistentes y la impotencia y dolor del castigado quien – según los tiempos – resistió más por el orgullo de la causa y la fortaleza del rudo trabajo diario, que por la fuerza del verdugo.
A partir de aquél momento, la vida ya no era la vivida en tiempos que se encontraban bastante lejos de la – “aparente tranquilidad” – del mozo de hacienda, a quien se le habían complicado tanto las cosas, que en la primera oportunidad, escapó de ese infierno en que ahora se había convertido la estancia en aquél lugar que lo había visto nacer, crecer, fortalecer su cuerpo y su mente, hasta encontrar a la amada “Pancha”.
La búsqueda del fugitivo – sobre quien pesaba la pena de muerte – por el delito de escapar del “hogar”, inició de madrugada, hora en que iniciaban las labores normales del trabajo cotidiano, la escarpada ruta de escape pronto se vio repleta de los perseguidores montados en briosos caballos propios para el caso, nunca se había escapado nadie, pues a todos los atrapaban antes de llegar a la planicie de la sierra de Tapalpa, diestros en la persecución, estaban seguros de que atraparían al fugitivo y saboreaban por adelantado el ejemplar castigo ante toda la población hacendil, para ejemplo de todos los demás.
La sierra con una altitud de 2,057 metros sobre el nivel del mar, constituía el único camino posible de escape, pues la planicie de la Laguna de Sayula, además de las “Garitas” establecidas en los caminos de acceso a la población y casco de la hacienda, hacían prácticamente imposible la fuga, solo quedaba la alta y lejana planicie de la Sierra Madre Occidental, la cual con sus 1,610 kilómetros de longitud, en caso de llegar a ella, constituía la única vía segura para un desertor.
La ventaja que Cenobio llevaba eran 6 horas, en las cuales había aprovechado una gran distancia, pues la inteligencia, juventud y fortaleza serían los elementos que a la postre le darían la libertad que ansiaba y requería, sabedor del castigo que se imponía a quienes tenían la osadía de fugarse, y conocedor de los vericuetos del camino, pronto vislumbró el paso del Águila, peligroso desfiladero que en forma vertical tiene una profundidad de más de mil metros de caída libre, lugar en el que solo algunos podían decir que siquiera lo conocían, menos podrían asegurar el paso por el escarpado lugar, arriesgando la vida y solo con el valor por delante, el fugitivo se dispuso a continuar adelante con el intento, a punto estuvo de no lograrlo, sin embargo, sudoroso y acalambrado por el esfuerzo realizado, se miró satisfecho y contento de por el momento encontrarse en sitio seguro, no obstante, una vez repuesto del momento pasado, renovó la huída hasta llegar a lo alto de la Sierra Madre Occidental, lugar en el que se encuentra al fin confiado en que sus perseguidores no le darán alcance.
Caminó durante dos días, sin encontrar ninguna persona, solo de vez en cuando, se detenía para comer camotes que hábilmente desenterraba; cuando encontraba algún árbol – arbusto – de guayaba de venado, en pocos minutos, quedaba éste sin fruto alguno, hasta los pequeños retoños pasaban a ser digeridos por el estómago de Cenobio, dormía siempre alerta – con un ojo al gato y otro al garabato – contaba después a los amigos.
Al fin de dos días, se encuentra con una gavilla de hombres armados y dispuestos a todo, con tal de no regresar a la esclavitud en que antes vivían, y a soportar las injusticias de capataces y hacendados, quienes con la más descarada y malsana voluntad les oprimían hasta dejarlos secos, como zaleas de perros callejeros, el encuentro resultó afortunado, pues a dicha gavilla la habían diezmado días antes, en un enfrentamiento con las fuerzas armadas, de un mal gobierno porfiriano que ostentaba el poder de la fuerza de la armas, que no de la razón, motivo por el cual Cenobio es recibido con gran estrépito y felicidad por parte del jefe del grupo, a quien le informó sobre los motivos que lo impulsaron a huir y dejar tras de sí, sueños, las escasas pertenencias, amigos, familia y hogar… y a su amada.
Ningún esfuerzo le costó al fugitivo incorporarse al grupo aquél, pues en pocos días, el valor a toda prueba, el trabajo incansable, el conocimiento y las ganas con actitud envidiable le aseguraron un lugar dentro de aquellas almas rebeldes a los malos tratos que antes recibieron, muchas fueron las veces en que estuvieron al borde de la muerte, tuvo que aprender a enterrar a los compañeros y dedicarles un pensamiento sobre aquellas vidas consagradas al sacrificio por una causa muchas veces no comprendida, ni valorada por nadie, solo la esperanza del que sabe que al fin logrará algo de paz y tranquilidad de cuerpo y alma, conseguía mantenerlos en alerta constante y prestos al combate – o la huida – si así lo requería el momento.
La incorporación de Cenobio al grupo, aparte de un elemento nuevo, le incorporó además la clara inteligencia y conocimiento de razones y sinrazones que forman todas las cosas de este mundo, pues en la mente de éste siempre existió – lo que él llamaba – “un centavo de sentido común” – lo cual a través de sus actos, siempre utilizaba y con excelentes resultados, pues su pensamiento, casi siempre encontraba en los hechos, la comprobación de sus teorías, ello le atrajo el respeto de sus correligionarios, quienes poco a poco, se mostraron más confiados a su buen tino y elocuente sabiduría.
En estas correrías, paso el tiempo, no sabían mucho de lo que pasaba en otras partes referentes al movimiento de revolución que encabezaba el Señor Francisco I. Madero, sin embargo. Tenían presente la figura de Francisco Villa en el Norte del país, y en el Sur, sabían de la resistencia del General Emiliano Zapata, del Plan de Ayala, que pugnaba por la posesión de la tierra a los campesinos que la trabajaban, con lo cual ellos soñaban que algún día se hiciera realidad.
La presión que el ejército ejercía sobre ellos, había menguado, hasta casi volverse una calma chicha, tenían ellos un muy grande espacio para movilizarse y casi se sentían en libertad para trabajar, alimentarse y disfrutaban de tiempos que no habían conocido hasta el momento, pero que les hacían sentir que ello era el presagio de tiempos mejores.
Establecieron un sistema de recorridos en aquellos – “sus dominios”, por medio del cual pudieron enterarse de los movimientos que el enemigo efectuaba, de esa manera se dieron cuenta de que Sayula, Atoyac, Zapotlán, Tamazula, Pihuamo, y alrededores habían recibido la presencia de Don José Vasconcelos, quién se encontraba en gira política, pues pretendía ser candidato a Presidente de la República y que había todo un ejército de hombres peleando por la causa de los pobres y en contra de hacendados, los cuales al ver la complejidad del movimiento, habían escapado, para no caer en manos del movimiento, pues algunos que no habían sido previsores, yacían muertos, o simplemente el poder que detentaban ya no era tal.
Con esa confianza, salieron de aquella zona que tanto les había protegido, llegando a Tepec, y… a buscar a Pancha.
ENCUENTRO CON LA AMADA:
Con gran algarabía, el pueblo entero recibió a aquellos fieros rebeldes, quienes ahora se mostraban orgullosos de haber logrado lo que ni en los sueños, hubieran creído posible – ni creíble – solamente el recibir aquellas muestras de júbilo de ese pueblo que empezaba a creer que la vida sería a partir de ahora diferente de lo vivido en tiempos en que el patrón se consideraba el elegido por Dios para hacer con ellos… todo lo que la mente pudiera imaginar… y más de ello – pues en muchos casos la imaginación se quedaba corta de lo que eran capaces de hacer, si caían de la gracia del capataz o del mismo patrón.
Buscaba con mirada aguda, el rostro amado, al cual, con abundantes lágrimas encontró en medio de la multitud – como un rayo, bajó del corcel, y casi voló a estrechar al ser de sus pensamientos, ella también ansiaba estrechar entre sus brazos, al amado que consideraba muerto y comido de buitres en alguna barranca como la del “Paso del Águila”.
La revolución le entrega a la pareja, tierras para trabajar, las cuales siguen recibiendo el sudor del trabajo de Cenobio, solo que ahora el producto ya no será para el patrón, ahora el producto del “Trabajo del hombre”, será para la naciente familia, quien acompaña a Cenobio en las diarias faenas, logrando con empeño y dedicación excelentes cosechas de trigo, cebada, alfalfa, garbanza, pitahaya, café…
Inicia plantación de Nogal, árbol que en la posteridad dará el sustento a la población de la región.
El trabajo comienza a dar frutos, llega una hija – Aurora – primogénita de la nueva familia, un poco después se anuncia el arribo de un hijo – Alfredo – los niños transforman la incipiente nueva vida de esa familia, quien mira los productos de ese amor que sobrevivió a las calamidades de aquellos tiempos de cambio…
No obstante, el movimiento revolucionario seguía en todo su apogeo, el gobierno, al igual que el pueblo, se encontraba en bancarrota, no había suficientes recursos para lograr el desarrollo de la nación, después de efectuar un estudio sobre el caso, descubren que el dinero se concentra en manos del clero, el cual recibe y envía dichos recursos a la Santa Sede en Roma, se reúnen con los jerarcas de la iglesia y le piden que esos recursos ya no sean enviados fuera del país, que los mismos se queden dentro, que se inviertan para el desarrollo de México, los jefes de la iglesia con fervoroso afán, se niegan a acatar la solicitud, a ellos no les interesa el desarrollo interno económico, ellos piensan que su trabajo es lograr que las almas lleguen a un cielo con el creador, y que las cosas terrenales y sus problemas son para las autoridades civiles, en una palabra que no hay trato, ellos continuarán con su culto como ha sido siempre… desde el principio de los tiempos… y que así seguirá hasta la consumación de los siglos.
Ante esta cerrazón, el gobierno, ejecuta un plan concebido para tratar de hacer entrar en razón a las autoridades eclesiales – ordena cerrar las puertas de los templos - con la incorporación de esta nueva idea, los teóricos del gobierno señalan que los templos son propiedad de la nación, y que no habrá marcha atrás al respecto… [Continuará]

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola, siempre he admirado en usted la facilidad de redacción, pero al leer "El Abuelo" mi mente se transportaba a los lugares que describe, por como los describe dando la impresión de que usted participó también. FELICIDADES.

adolfo-zg.blogspot.mx dijo...

Septiembre 6 de 1971 - aniversario luctuoso de "Mi Pancha" - Según los registros de mi hermana Lupita. Mismos que son los registros más exactos que existen en la familia Zúñiga García.
Vaya pues un fervoroso recuerdo a los causantes de que existamos acá - 11 hermanos, papá y mamá, la Tía Trinidad López - (Trini) y Francisca y Cenobio - 16 integrantes de la incipiente familia Zúñiga García... Y, como han pasado los años, las vueltas que dio la vida... como decía Rocío Dúrcal.