viernes, 15 de agosto de 2008

Un caso común, nada especial

Un caso común, nada especial*
* En Olac Fuentes Molinar (Comp.), Crítica a la escuela. El reformismo radical en Estados Unidos, México, SEP/El Caballito, 1985, pp. 83-88. [Publicado originalmente en Paul Goodman, Compulsory Miseducation, Horizon Press, 1962. N. Del ed.]
Para resumir estos amargos comentarios sobre las escuelas americanas a mediados del siglo XX, consideremos un caso común. He aquí a un joven en su salón de clases. El no es común, para todos es único, pero su caso es usual. Su cara es bastante plana, pero está sentado en una fila de en medio, no como algunos que se sientan hasta atrás, cerca de la puerta, listos para salir de golpe. Permítanme revisar una docena de factores importantes acerca de esta situación que es obvia, nada especial.
Él está en su primer grado universitario, así que, omitiendo el kindergarten, ha estado en salones similares por casi quince años consecutivos, interrumpidos únicamente por vacaciones de verano para jugar. La enseñanza ha sido laparte seria de su vida y a consistido en escuchar a ciertos adultos y en hacer sus tareas. El joven casi nunca se ha propuesto una tarea seriamente. Algunas veces, cuando niño, pensó que estaba haciendo algo importante, pero los adultos lo interrumpieron y se desanimó.
Es brillante – puede manejar fórmulas y recordar párrafos – y ha hecho sus estudios en una buena preparatoria. En su último año de secundaria obtuvo buenas calificaciones en una serie de pesados exámenes estatales y nacionales. Y en esta universidad, que está orientada hacia el doctorado, ha sobrevivido, a pesar de que aquí desertan alrededor de 40% de los alumnos. Hasta ha obtenido una beca parcial asignada por la Ley de Educación para la Defensa Nacional. Sin embargo, como suele suceder, no le gustan los libros ni estudiar. No ha vislumbrado la estructura o los métodos de las materias académicas. Éste no es el campo en que su inteligencia, gracia y fuerza mental y corporal muestran su mejor ventaja. Él solo aprende las respuestas y resuelve los exámenes. Sobra decir que ha olvidado la mayoría de las respuestas que una vez “conoció” lo suficiente para pasar, a veces brillantemente.
El tema académico que se enseña en esta clase es en sí interesante; las más de las artes y ciencias son intrínsecamente interesantes. El profesor y hasta el suplente conocen bastante acerca de esto y es interesante observar su intelecto trabajando. Pero es una clase de ciencias sociales y nuestro joven no entiende que es sobre algo; para él no existe relación de eso con su persona. Ha tenido muy poca experiencia acerca de la sociedad o de las instituciones. No ha practicado un oficio, ni ha estado en algún negocio, como tampoco ha tratado de ganarse la vida, de estar casado, de tener que tratar con niños. Nunca ha votado, servido en un jurado, actuado en política, ni siquiera en algún movimiento juvenil sobre los derechos civiles, de paz o de algún valor social. Proviene de un modesto suburbio de clase media, por lo que nunca ha visto realmente gente pobre o extranjeros. Sus emociones han estado cuidadosamente limitadas por los covencionalismos de sus padres y el conformismo de su pandilla. Para él, ¿Qué podrían significar la historia, la psicología, la ciencia política, la sociología, la música clásica o la literatura? (En la Republica, Platón prohibe la enseñanza de la mayoría de nuestras materias académicas, hasta que el estudiante llegue a la edad de treinta años. De otra forma las lecciones serían meramente sofistas y los ejercicios vacuos)
Nuestro joven no es agresivo verbalmente y no es de los que alardean con el objeto de minimizarlo a uno. A veces se intriga acerca de algo que el maestro o el libro dicen y desea objetar, discutir, preguntar. Pero el salón de clase está demasiado lleno de gente para cualquier diálogo. Cuando la clase se desarrolla con una conferencia, uno no puede interrumpir. Sin embargo, quizá el principal obstáculo parala discusión son los otros estudiantes. A su juicio, las discusiones son irrelevantes para los exámenes finales y la evaluación y resienten la pérdida de tiempo. También resienten cuando un estudiante quiere “llamar la atención”.
De vez en cuando el maestro, especialmente el adjunto, es estimulado por una señal de vida y desea entablar una discusión. Expresa opiniones diferentes cuestionando la validez de una institución o solicita a un estudiante la comprobación por medio de una experiencia personal. Inmediatamente una muralla de hostilidad se levanta en contra del profesor y del alumno que pregunta. Sin duda debe ser comunista, pacifista u homosexual. Quiza esté ridiculizando la clase. Sintiendo la hostilidad y siendo un académico bastante tímido, preocupado por el avance y por su posición, lo que es fundamental, el profesor señala: “Bien, regresemos a la part substancial del curso… esto esta fuera de nuestro alcance aquí, ¿por qué no toma el curso 403?... Esto es realmente antropología, joven, debería preguntarle al profesor O`Reilly”.
Realmente, pocas veces en nuestra enseñanza se hace ver al estudiante la relevancia, necesidad y belleza de la materia. El profesor está interesado principalmente en los últimos descubrimientos y en lo ingenioso de una nueva técnica, pero el estudiante está a la deriva acerca de para qué está estudiando, excepto porque es parte de la secuencia de licenciatura. La confusión se agranda, como ya dije, por el hecho de que la generación actual, incluyendo a los maestros jóvenes, tiene apenas una tenue lealtad hacia la cultura del mundo occidental, la “república de las letras”, el ideal de la ciencia desinteresada. Muy alejada de esta tradición, la universidad no es otra cosa que una fábrica para entrenar aprendices y procesar certificados académicos.
Sin embargo, la universidad es un pobre ambiente para entrenar aprendices, con excepción de los laboratorios de ciencias en donde uno trabaja con problemas y aparatos reales. La mayor parte del curriculum académico, ya sea en enseñanza media o en licenciatura, es abstracto en el mal sentido de la palabra. Así debe ser. La estructura de las ideas es separada de las profesiones reales, de las actividades civiles y empresariales y de las instituciones sociales y estas ideas se simplifican nuevamente y se procesan para ser implantadas en las clases en donde se enseñan. Este antiguo procedimiento muchas veces tiene sentido. Tiene sentido para los aspirantes a profesionistas que saben lo que desean y quieren un resumen y tiene sentido para los escolares con un profundo interés filosófico en las esencias y sus relaciones y que desean abarcar todo el campo. Pero para la mayoría, la abstracción de las materias del programa de estudios de un colegio, especialmente si la enseñanza es pedante, puede ser totalmente estéril. Las lecciones son realmente ejercicios sin relación con el mundo real. No son para siempre. Muchos de los maestros son sólo académicos, no practican su profesión; están interesados en las palabras y en la metodología, no así en el objeto y finalidad de la tarea a enseñar.
El joven respeta a sus maestros y sabe que es una buena escuela, casi una escuela de prestigio, pero no puede dejar de sentirse desilusionado. Tenía la vaga esperanza de que la universidad sería diferente de la secundaria. Hubiera sido una especie de amigo joven de los hombres educados que han tenido éxito; se hubiera podido modelar a su imagen. Después de todo, cn excepción de los padres y maestros – y los maestros han sido remilgosos – ha tenido poco contacto con adultos en toda su vida.
También pensaba que la atmósfera de aprendizaje en la universidad sería, de alguna forma, libre, liberadora, una especie de sabia conversación que relevaría un secreto. Pero se ha comprobado que es la misma caja registradora de horas, exámenes, créditos, grados. El profesor, evidentemente, está preocupado por su propia investigación y sus publicaciones. En la clase y en las horas de oficina es formal y se mantiene al margen. Nunca aparece en la cafetería, nunca invita a su casa. Ciertamente nunca se expone como un ser humano. Es más bien meticuloso acerca de sus asignaturas y es duro para calificar, pero parece que es éste el modo de mantener al estudiante bajo control, más que por el hecho de creer en el sistema. No parece darse cuenta de que, de todas formas, es respetado.
Así que, como en la secundaria, la juventud es empujada a su “subcultura” exclusiva, que sólo la separa aún más de cualquier sentido que la vida académica pueda tener. Como Riessman y otros han señalado, los estudiantes y los profesores se enfrentan unos a otros como tribus hostiles o, cuando menos, mutuamente sospechosas.

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