miércoles, 6 de octubre de 2010

UN CANÓNIGO CUMPLIDO.

UN GRAN AUTOR JALISCIENSE, HACE YA MUCHOS AÑOS QUE ESCRIBIÓ EL SIGUIENTE ENSAYO LITERARIO, POR SU BELLEZA, ESTILO Y SIGNIFICADO, LO TRANSCRIBO PARA TODOS AQUELLOS A QUIENES LES ENCANTE LA BUENA LECTURA. ¡AHORA A LEERLO! - ÁNIMO...

“UN CANÓNIGO CUMPLIDO” *

Si yo fuera novelista o me preciara de ello, cogería por los cabellos la oportunidad que se me brinda y pintaría a mi tío Don Pablo González (q. d. D. g.) como la exhumación de una figura de edades pasadas, como un abate versallés perfumado y correcto, decidor de madrigales y amigo de bellas, sin que faltara cierto afán suyo innato que lo hiciera propender a alabar y echar de menos los minuetos y las pavanas, las pompas y las tonistas de su época. Describiría, como parece de rigor, la faz risueña y rubicunda de mi colateral, sus cabellos blancos y bien peinados, sus levitas de corte antiguo, sus relojes con múltiples sellos, y naturalmente no dejaría en el tintero la caña de indias de puño áureo y la caja de polvos con amorcillos y ninfas a lo Wateau esmaltados en la tapa.

Pero si tal hiciera falsearía de la manera más descarada los datos de la historia, temería escarnecer la verdad (por la cual murió Cristo, nuestro bien) y hasta viviría un si es, no es, alarmado por los cargos que me hiciera la sombra del difunto.

No, lo diré en descargo de mi conciencia; mi tío no tuvo jamás pujos de culto, ni de majo, ni de pulido; fue austera y sencillamente, un hombre leído, despierto, de buen ingenio, gran conversacionista y dotado de una memoria tan feliz que a cultivarla habría echado la zancadilla a los Mezzofantis y los Inaudis.

Para él particularidades biográficas, fechas de acontecimientos públicos y domésticos, noticias de los libros que había leído eran asunto de coser y cantar.

Cuantos lo conocíamos lo interpelábamos para hacerlo caer en un latín mal continuado, pero él con la misma precisión nos refería el conato de fusilamiento de Brambila y los amores del Gral. Inclán, que el año y día en que echo los dientes su primer hijo; la llegada del Dr. Antomarchi y su recepción en Guadalajara, que los pronombres de la agonía de cualquier personaje obscuro en tiempo de no sé qué epidemia.

Era de vérsele cuando alzando su chaqueta, dejando a un lado el bastón y limpiando el sudor con el ancho paliacate tomaba la palabra para referir cuentos de vivos y muertos; entonces era cosa de poner tablados para oírlo y no perder una palabra de su charla jugosa y agradable.

Una noche, puestos a conversar a la luz de la luna en el ancho zaguán de la casona que ocupaba desde tiempo inmemorial, sentados en sendos equípales de cuero oí de su boca lo siguiente, que traslado aquí con mi frase incolora y opaca por no recordar los matices de la suya delicados y llenos de intensión.

- En esta época – dijo don Pablo – no hay nada que llame la atención: los vestidos, las viandas, los sucesos mismos de la vida son monótonos, acompasados sin gracia, sin interés, siempre los mismos. La libertad y la igualdad que tanto cacarearon los liberales han producido el resultado de convertir el mundo todo en un erial en que los cedros del Líbano han cedido su lugar al hisopo rastrero.
(Esto del erial no estoy seguro que pertenezca a mi tío; pero al fin de algo ha de servir el hablar desde la trípode en que ahora oficio.)

- ¡Qué diferencia, Manolito, qué diferencia de estos tiempos con los míos!
- Entonces si había mozos ricos y guapos, y bien educados y de arrestos-
- A ver, contéstame, ¿has visto alguien que por lo decidor o por lo rumboso o por lo excéntrico se parezca a los hombres aquellos?
- No los hay, no se ven ya por más que los busques; y si no dame figura como la de don José Domingo Cumplido, Doctor en Teología de esta Real y Pontificia Universidad, que por su buena crianza y por su amor a las fórmulas mereció ser llamado la nata de la cortesía y la flor de las bien criadas ceremonias.

Y aquí quisiera coger al pecador que con tan poco temor de Dios ha extendido la falsa creencia de que los apellidos son como antífrasis de las cualidades del individuo que los lleva, pues no ha habido quizás nada mejor aplicado que el patronímico de Cumplido a aquella lumbrera de la iglesia de esta Reina, perla o Sultana de Occidente, que con todos estos motes llaman a mi tierra los periódicos y papeles públicos.

- ¡Qué amor a las fórmulas el suyo, qué afán de contentar a todo el mundo, qué deseo de que nadie la emulara en caravanas e inclinaciones de cabeza!

El marido de doña Rodríguez, aquel escudero a quien mato su buena crianza, era junto de don José Domingo un patán rústico y mal mirado.

Visita del señor capitular jamás pasaba de un cuarto de hora, hablaba por monosílabos y trataba a todo mundo con una decorosa afabilidad que se apartaba a leguas de la grosera llaneza y se confundía con las usanzas ceremoniosas de las cortes de los Austrias, en que estaban previstos hasta los movimientos más ligeros.

Tenía mi hombre un hermano que era la antítesis de aquél. Vestía a lo poeta, negligente y pintorescamente, solía reír y frecuentar el trato de las gentes y en algunas ocasiones hasta se permitía chanzonetas y bromas con los que lo rodeaban.

El señor Canónigo, a quien el cielo había concedido algo más que un mediano pasar, vestía siempre hopalanda holgada de seda, a guisa de sotana, y en la cabeza llevaba capelo y borla verdes, pues era Doctor en Filosofía y Teología.

Era Don José Domingo, conservador a macho y martillo, discípulo de los Tirados y los Monteagudos, mientras su hermano, que picaba más alto en materias políticas, se inclinaba al liberalismo; si bien no defendía esa libertad clerofóbica y sesquipedal que ahora se estila.

Todas estas noticias vienen sólo para referirte que el señor Cumplido no abandonaba ni aun el trato doméstico aquella su tirantez distintiva-

Cuando don Juan Nepomuceno, que andaba metido en el ajo gubernamental, regía los destinos del Estado (que dicen los gacetilleros) ocupaba en el coche de su Señoría el lado derecho, mientras su hermano llevaba el izquierdo; al paso que cuando el seglar no se encontraba colocado en puesto tan prominente pasaba a la siniestra de su ceremonioso hermano.

Recuerdo muy bien haber visto ese coche, un cupé forrado de azul y sembrado de estrellas plateadas; por lo cual, como en aquel tiempo muchos eclesiásticos y aun ancianos seglares acostumbraban aplicar a los casos comunes de la vida textos de la Sagrada Escritura, (contra la prohibición expresa del Concilio de Trento) el Dr. Sierra, Rector de la Universidad, dijo al ver pasar al señor Cumplido: stellato sedet solio.

En una ocasión presidía el canónigo unos ejercicios en el clerical; y mientras duraron las piadosas tareas nunca un corrigendo se atrevió a alzar la voz sobre la de un cura, ni un criado sobre la de un ordenado in sacris, pues para reprimir tales demasías estaba el señor Cumplido-

Un día, mientras tomaban los ejercitantes su modesta colación, se sintió un terremoto que apenas ha tenido semejante entre nosotros.

Todos, chicos y grandes, buenos y malos, se aprestaron a salir de aquel lugar que no reputaban seguro; pero allí estaba para impedirlo el director de aquellas faenas espirituales, que colocándose en la puerta gritó con voz tonante: “Por categorías, señores, por categorías” y permitió abandonar el local primero a los curas, después a los ministros, luego a los ordenados, tras ellos a los corrigendos y al último a los criados.

Aquel gran cultivador de las fórmulas sociales tuvo el fin que cuadraba a un hombre de su calaña. Así como se reputa gloriosa la muerte del General que en el campo de combate exhala el último aliento, así debe juzgarse digno y honroso para un émulo del barón de Andilla perecer por las consecuencias de un Cumplido.

En el Seminario se celebraba la clausura de cada curso de Filosofía con una fiesta a la par académica y religiosa.

En el año de 1848 remataron su curso de artes el Lic. Don Ignacio L. Vallarta, que obtuvo el primer lugar, el Lic. Don Emeterio Robles Gil, el Doctor don Antonio Arias, el Doctor don Germán Villalvazo y don Jesús González Ortega, el futuro vencedor de Calpulalpan, que fue el undécimo en categoría entre sus condiscípulos, por lo cual le toco el grado de primer rector.

Como para corresponder a la fama de aquel curso, formado de jóvenes muy inteligentes y avispados que habían de ser después hombres eminentes en varias disciplinas, se designó para que llevara la voz, el famoso padre carmelita Fray Manuel de San Crisóstomo Nájera.

Dadas su facilidad de palabra, su portentosa erudición y su inteligencia privilegiada, el Padre Nájera encontró propicia la oportunidad aquella para pronunciar una oración que por la riqueza de sus imágenes, por la galanura de su estilo y por la belleza de la dicción dejó a todos boquiabiertos. Trataba nada menos ese discurso que de exponer todos los sistemas filosóficos que se han excogitado de los griegos acá para explicar lo inexplicable.

Alguien, sin embargo, no celebró tan calurosamente aquella pieza oratoria y fue el canónigo Cumplido, gastrónomo de fama, anciano habituado a un régimen severísimo y que en ese día no probo alimento hasta las dos de la tarde; resultado de lo cual fue una enfermedad que le costó la vida en abril del año de gracia de 1849.

Pudo muy bien don José Domingo dejar de asistir a la fiesta.

¿Más acaso iba a faltar sin aviso? Ni por pienso. ¿Iba a interrumpir la solemnidad por aquella exigencia de su estómago inurbano? No en sus días. ¿Iba, en fin, a salirse sin avisar a nadie? Primero hubieran sobrevenido todas las calamidades del mundo.

Por lo cual y a falta de otro arbitrio se resolvió a oír aquel sermón que debe haberle sabido a rejalgar ya que más tarde le trajo la muerte.

• Los datos que contiene este escrito los debo a mi respetable
Amigo el sabio historiador don Agustín Rivera.

Tomado del libro:
20 cuentos de literatos jaliscienses – 1895.
Editorial hexágono – 5 octubre 1990.

Transcribí, Lic. Adolfo Zúñiga García
26, 27 de febrero 2007.

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