viernes, 25 de julio de 2014

El abuelo...




CENOBIO GARCÍA FAJARDO.

Cenobio García Fajardo, hombre del siglo antepasado, habitante del poblado – casi rancho – Tepec, Municipio de Amacueca, Jalisco – Campesino, sembrador de trigo, cebada, garbanza, alfalfa, al servicio del hacendado del lugar, quien en sus tiempos mozos participó en el movimiento revolucionario – andaba en la bola – decía con un dejo de tristeza, por ese tipo de experiencias vividas, donde nadie sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando, todos con sus sueños truncados, con el pecho cruzado por cartucheras, el 30 – 30 embrazado – los que traían – que eran los menos – la mayoría, armados con utensilios de labranza, palos, hondas y piedras y el espíritu de sobre vivencia colgado de un hilo muy delgado la mayor parte del tiempo aquél, dejando a los amigos en cualquier lugar, cuando ya no podían continuar por estar exánimes o muertos por las balas enemigas.

La vida había pasado en aparente tranquilidad, hasta el momento ese, en que el capataz de la Hacienda no le autorizó su pretensión de formalizar relaciones con la amada Francisca – “Pancha” – debido a que se encontraba al servicio de la “Casa Grande”, y el patrón no permitía que los mozos se metieran en ese terreno, el cual estaba vedado a este tipo de pretensiones.

Ante la insistencia de Cenobio, el capataz ordenó el castigo para el impertinente mozo – 60 azotes – los cuales fueron religiosamente contados por los encargados de propinar el castigo, uno a uno fueron cayendo sobre la espalda desnuda de Cenobio, ante las risas y burlas de los asistentes y la impotencia y dolor del castigado quien – según los tiempos – resistió más por el orgullo de la causa y la fortaleza del rudo trabajo diario, que por la fuerza del verdugo.

A partir de aquél momento, la vida ya no era la vivida en tiempos que se encontraban bastante lejos de la – “aparente tranquilidad” – del mozo de hacienda, a quien se le habían complicado tanto las cosas, que en la primera oportunidad, escapó de ese infierno en que ahora se había convertido la estancia en aquél lugar que lo había visto nacer, crecer, fortalecer su cuerpo y su mente, hasta encontrar a la amada “Pancha”.

La búsqueda del fugitivo – sobre quien pesaba la pena de muerte – por el delito de escapar del “hogar”, inició de madrugada, hora en que iniciaban las labores normales del trabajo cotidiano, la escarpada ruta de escape pronto se vio repleta de los perseguidores montados en briosos caballos propios para el caso, nunca se había escapado nadie, pues a todos los atrapaban antes de llegar a la planicie de la sierra de Tapalpa, diestros en la persecución, estaban seguros de que atraparían al fugitivo y saboreaban por adelantado el ejemplar castigo ante toda la población hacendil, para ejemplo de todos los demás.

La sierra con una altitud de 2,057 metros sobre el nivel del mar, constituía el único camino posible de escape, pues la planicie de la Laguna de Sayula, además de las “Garitas” establecidas en los caminos de acceso a la población y casco de la hacienda, hacían prácticamente imposible la fuga, solo quedaba la alta y lejana planicie de la Sierra Madre Occidental, la cual con sus 1,610 kilómetros de longitud, en caso de llegar a ella, constituía la única vía segura para un desertor.

EL ESCAPE:

La ventaja que Cenobio llevaba eran 5 horas, en las cuales había aprovechado una gran distancia, pues la inteligencia, juventud y fortaleza serían los elementos que a la postre le darían la libertad que ansiaba y requería, sabedor del castigo que se imponía a quienes tenían la osadía de fugarse, y conocedor de los vericuetos del camino, pronto vislumbró el paso del Águila, peligroso desfiladero que en forma vertical tiene una profundidad de más de quinientos metros de caída libre, lugar en el que solo algunos podían decir que siquiera lo conocían, menos podrían asegurar el paso por el escarpado lugar, arriesgando la vida y solo con el valor por delante, el fugitivo se dispuso a continuar adelante con el intento, a punto estuvo de no lograrlo, pues la desesperación hacía demasiado difícil el paso por aquella pendiente, resbalando, casi cayendo, pero aferrado a la supervivencia clava las veinte uñas en aquel terreno que, estaba rocoso, resbaloso, húmedo, avanza lentamente unos metros, se detiene, toma aire, eleva al cielo una oración implorando ayuda divina, continua en el avance, se sujeta a un huisache, (Del Nahuatl: huixachi, espinoso, de huitztli, espina, e ixachi, abundante).
mismo que le clava sus espinas, prosigue avanzando, vislumbra a la tenue luz de la luna que a unos cuantos metros se encuentra un ligero plano del terreno, esto le otorga la seguridad de poder llegar a el, el esfuerzo realizado es premiado y al fin sintiendo la respiración casi cortada, llega y tirando al piso, otorga gracias al Señor de los cielos, sin embargo, sudoroso y acalambrado por el esfuerzo realizado, se miró satisfecho y contento de por el momento encontrarse en sitio seguro, no obstante, una vez repuesto del momento pasado, renovó la huída hasta llegar a lo alto de la Sierra Madre Occidental, lugar en el que se encuentra al fin confiado en que sus perseguidores no le darán alcance.

EL ENCUENTRO:

Caminó durante dos días, sin encontrar ninguna persona, solo de vez en cuando, se detenía para comer camotes que hábilmente desenterraba; cuando encontraba algún árbol – arbusto – de guayaba de venado, en pocos minutos, quedaba éste sin fruto alguno, hasta los pequeños retoños pasaban a ser digeridos por el estómago de Cenobio, dormía siempre alerta – “con un ojo al gato y otro al garabato” – contaba después a los amigos.

Al fin de dos días, se encuentra con una gavilla de hombres armados y dispuestos a todo, con tal de no regresar a la esclavitud en que antes vivían, y a soportar las injusticias de capataces y hacendados, quienes con la más descarada y malsana voluntad les oprimían hasta dejarlos secos, como zaleas de perros callejeros, el encuentro resultó afortunado, pues a dicha gavilla la habían diezmado días antes, en un enfrentamiento con las fuerzas armadas, de un mal gobierno porfiriano que ostentaba el poder de la fuerza de la armas, que no de la razón, motivo por el cual Cenobio es recibido con gran estrépito y felicidad por parte del jefe del grupo, a quien le informó sobre los motivos que lo impulsaron a huir y dejar tras de sí, sueños, las escasas pertenencias, amigos, familia y hogar… y a su amada.

Ningún esfuerzo le costó al fugitivo incorporarse al grupo aquél, pues en pocos días, el valor a toda prueba, el trabajo incansable, el conocimiento y las ganas con actitud envidiable le aseguraron un lugar dentro de aquellas almas rebeldes a los malos tratos que antes recibieron, muchas fueron las veces en que estuvieron al borde de la muerte, tuvo que aprender a enterrar a los compañeros y dedicarles un pensamiento sobre aquellas vidas consagradas al sacrificio por una causa muchas veces no comprendida, ni valorada por nadie, solo la esperanza del que sabe que al fin logrará algo de paz y tranquilidad de cuerpo y alma, conseguía mantenerlos en alerta constante y prestos al combate – o la huida – si así lo requería el momento.

La incorporación de Cenobio al grupo, aparte de un elemento nuevo, le incorporó además la clara inteligencia y conocimiento de razones y sinrazones que forman todas las cosas de este mundo, pues en la mente de éste, siempre existió – lo que él llamaba – “un centavo de sentido común” – lo cual a través de sus actos, siempre utilizaba y con excelentes resultados, pues su pensamiento, casi siempre encontraba en los hechos, la comprobación de sus teorías, ello le atrajo el respeto de sus correligionarios, quienes poco a poco, se mostraron más confiados a su buen tino y elocuente sabiduría.

En estas correrías, paso el tiempo, no sabían mucho de lo que pasaba en otras partes referentes al movimiento de revolución que encabezaba el Señor Francisco I. Madero, sin embargo. Tenían presente la figura del General Francisco Villa en el Norte del país, y en el Sur, sabían de la resistencia del General Emiliano Zapata, hablaban de un Plan, que pugnaba por la posesión de la tierra a los campesinos que la trabajaban, con lo cual ellos soñaban que algún día se hiciera realidad.

La presión que el ejército ejercía sobre ellos, había menguado, hasta casi volverse una calma chicha, tenían ellos un muy grande espacio para movilizarse y casi se sentían en libertad para trabajar, alimentarse y disfrutaban de tiempos que no habían conocido hasta el momento, pero que les hacían sentir que ello era el presagio de tiempos mejores.

La lucha dio frutos, el Señor Porfirio Díaz, abandonó el país que durante más de treinta años había gobernado, los tratados de Ciudad Juárez, acordaron la renuncia de Díaz, quien firma el documento y un día después se embarca en el puerto de Veracruz, con rumbo a su destierro final, unos días después entra triunfante el ejército revolucionario a la Ciudad de México, entre más de cien mil alegres mexicanos, quienes sin embargo no encontraron los fines que la revolución había peleado, pues el Señor Madero, lo único que hizo fue instaurar un nuevo gobierno, nunca un nuevo orden de las cosas; por tanto la lucha continua con renovados bríos, Obregón en Sonora, Villa con su famosa División del Norte, y Zapata en el Sur.

Nada bueno sacó el país; ni los mexicanos con las revueltas que se sucedieron unas a otras, no obstante, el grupo armado de Cenobio continuaba trabajando en aquellos “sus dominios” – continuaban trabajando la tierra, aumentando sus miembros, disfrutaron por varios años, de un trabajo que sabían hacer, y aprovechaban los frutos de la tierra en beneficio de una amplia población serrana, misma que floreció con el sudor  y el trabajo de las familias.

No pasaba lo mismo en el resto del país, pues las secuelas de la guerra, lo único que dejan es destrucción, exterminio, hambre y muerte, 1915 – fue declarado el “año del hambre” – año en que el abasto de productos comestibles toco fondo, todos se ocupaban de luchar; muy pocos de trabajar, y para comer se necesita de ese elemento – “Trabajo” – sin el cual, no se pueden tener los beneficios de vida, de esa manera llegaban al poder político, ahora Carrancistas y Obregonistas, Delahuertistas, etc., y el México de entonces continuaba desapareciendo, muriendo por causas todas previsibles, como son las enfermedades estomacales, pulmonares, paludismo, endemias y epidemias, sin todavía sistemas de salud, ni agua potable, el pueblo mexicano, carecía de hábitos de higiene elemental, de organización para otorgarlos, todo lo cual hace que la era de los caudillos llegue a su fin, anunciando la bienvenida época de las instituciones.

Mientras tanto, el grupo de Cenobio, estableció un sistema de recorridos en aquellos – “sus dominios”, por medio  del cual pudieron enterarse de los movimientos que el enemigo efectuaba, de esa manera se dieron cuenta de que Sayula, Atoyac, Zapotlán, Tamazula, Pihuamo, y alrededores habían recibido la presencia de Don José Vasconcelos, el cual como Secretario de Educación, se encontraba visitando la República para difundir ideas sobre la causa de la revolución, entregaba libros a los ayuntamientos para formar bibliotecas, juntaba grupos de campesinos para comunicarles sobre el proceso revolucionario que llevaba a cabo el pueblo y les comunica su deseo de ser el próximo Presidente de la República, para desde ese alto lugar, estar en condiciones de apoyar al campo mexicano, a los obreros… y que había todo un ejército de hombres peleando por la causa de los pobres y en contra de hacendados, los cuales al ver la complejidad del movimiento, habían escapado, para no caer en manos de los revolucionarios, pues algunos que no habían sido previsores, yacían muertos, o simplemente el poder que detentaban ya no era tal.


Con esa confianza, salieron de aquella zona que tanto les había protegido, se sentía otro ambiente, cuando arribaban a las poblaciones, eran recibidos con un clásico coro festivo, gritos de júbilo por todas partes, de fiesta por parte de aquellas personas, todavía explotadas, y que aspiraban también a mejores condiciones de vida, progreso, trabajo y felicidad por ello, los hombres se unían con fervor al grupo, eran momentos de pelear por el bienestar, de luchar y ofrendar sus vidas por lograr, a costa de sacrificar la vida misma, que las condiciones de esclavitud, explotación, y vejaciones viles sufridas, ya no se repitieran, que quedaran en el pasado, habría que construir nuevos horizontes que todavía se miraban muy lejos de alcanzar, más ahora ya podían vislumbrarse, ya estaban al alcance de aquellos seres otrora maltratados, asesinados en formas inconcebibles y difícilmente narrables. 

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